Los orígenes de Córdoba se remontan al año 169 a. C. cuando es fundada como capital de la Provincia
Hispania Ulterior Bética del Imperio Romano, viviendo un auténtico esplendor tanto artístico como arquitectónico, en especial en las letras de donde saldrían importantes filósofos latinos como Lucio Anneo Séneca, poetas como Marco Anneo Lucano y oradores como Marco Anneo Séneca.
El gran esplendor de la era musulmana
Después de varios siglos de gloria y la posterior decadencia, Córdoba cae en un período de inestabilidad hasta que es conquistada por los árabes a inicios del siglo VIII donde nuevamente es nombrada capital, esta vez del Califato Omeya de Occidente y del Emirato Independiente, alcanzando un nuevo esplendor al superar los 300.000 habitantes.
El nivel de prosperidad alcanzado iba de la mano con el enorme poder e influencia política y económica que se extendía por toda Europa, y para el siglo X, Córdoba se convirtió en la segunda ciudad más grande del mundo, superada únicamente por Constantinopla.
Durante el dominio árabe en España, Córdoba se transformó a nivel arquitectónico con la aparición de espectaculares palacios, mezquitas y edificaciones, entre ellas la mundialmente famosa Mezquita de Córdoba, considerada en su momento una de las grandes maravillas arquitectónicas de la antigüedad, al igual que su espectacular universidad, cuya biblioteca contenía más de 400 mil documentos.
Además de la universidad, Córdoba tenía más de 25 escuelas gratuitas para los niños de todos los estratos sociales, incluyendo los más pobres, por lo que el nivel de alfabetización era muy elevado para el momento histórico.
Cabe señalar que el nivel de instrucción y cultura que ofrecía Córdoba era tan alto, que inclusive las damas de la corte católica recibían su educación en la corte islámica, porque si bien el poder político estaba manejado de manera férrea por los árabes, la ciudad de Córdoba era tolerante hacia las demás religiones.
Sin embargo, después de la muerte de Almanzor, el canciller del Califato, en el año 1002, la inestabilidad política se apodera de Córdoba y las distintas facciones se disputan el poder cayendo la ciudad en una auténtica guerra civil y perdiendo en pocos años la inmensa influencia e importancia política y económica.
Esta situación anárquica, que se extendió a lo largo de décadas, fue aprovechada por las tropas cristianas que en plena Reconquista se lanzan al asalto de la ciudad. Es así como en 1236 Fernando III conquista Córdoba en medio de un furor impresionante que lo lleva a construir las llamadas Iglesias Fernandinas, como una declaración de principios de que la Reconquista había llegado para quedarse.
Este júbilo llegó al extremo en el siglo XVI de construir en todo el medio de la enorme Mezquita de Córdoba, que a lo largo de los siglos había sido sucesivamente ampliada, un monumental templo católico que fue bautizado como la Catedral de Santa María Madre de Dios, creando una mezcla de estilos arquitectónicos tan espectacular como contrastante.
La decadencia, las guerras y la modernidad
Con el paso de los siglos Córdoba mantuvo algo de influencia política y económica, en parte porque fungió como cuartel general de las fuerzas cristianas durante la reconquista de Granada y la construcción de los grandes templos monumentales, pero finalmente quedó desplazada en el siglo XVI después de la llegada al trono de Felipe II y el ascenso de Madrid en la escena política.
A partir del siglo XVIII la decadencia política se afianzaría aún más cuando la ciudad cayó presa de sucesivas plagas y pestes alcanzando el cenit en 1804 con una devastadora epidemia de fiebre amarilla que arrasó la ciudad.
Esta situación empeoró mucho más después de la invasión napoleónica en 1808, donde Córdoba sufrió un sistemático saqueo por parte de las tropas francesas que volverían a ocupar la ciudad en 1810 bajo el mando del general Jean-de-Dieu Soult hasta la retirada en 1812.
Después de la Primera Guerra Carlista, que afectó la ciudad a lo largo de los años 1830s, Córdoba comenzaría nuevamente a recuperar algo de impulso socioeconómico cuando en 1859 se inaugura la primera línea ferrocarrilera Córdoba-Sevilla que le seguirían otras líneas hacia Manzanares, Belmez y Málaga.
Esta serie de líneas ferroviarias, que a lo largo del resto del siglo siguieron otras más hacia Madrid, provocaron un importante repunte económico debido al inmenso tráfico de pasajeros.
Esta situación beneficiosa se incrementó con la modernización experimentada en casi toda España a finales del siglo XIX que reformó todo su ámbito urbano y la posterior llegada de la electricidad.
El convulso siglo XX y la consagración cultural del siglo XXI
Con la llegada del siglo XX, Córdoba mostraba una economía pujante y desarrollada que sin embargo no pudo evitar los embates del crack de 1929 y la posterior inestabilidad política después de la proclamación de la segunda república en 1931, que finalmente desencadenaría la cruenta Guerra Civil en 1936, donde la ciudad quedó severamente dañada.
Durante el período franquista, la ciudad experimenta profundas reformas con el objetivo de restaurar y recuperar mucho del esplendor islámico y medieval que poseía la ciudad, cosa que mejoró aún más después de la llegada de la democracia en 1980 y la posterior entrada de España en la Comunidad Europea en 1986.
Durante los siguientes 40 años, Córdoba se convirtió en una de las ciudades con el patrimonio artístico, cultural y arquitectónico mejor conservado de España, a tal nivel, que en 1984 su centro Histórico recibió la declaración de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
La modernidad de la Córdoba del siglo XXI, con barrios espectaculares, contrasta de una manera espectacular con su infinidad de obras monumentales de los tiempos islámicos y de la posterior Reconquista.
La consagración cultural de Córdoba llegó en el año 2016 cuando la ciudad fue candidata a ser la capital cultural europea llegando a ser una de las finalistas.
En la actualidad, Córdoba es uno de los epicentros turísticos más importantes de España compitiendo de tú a tú con ciudades turísticas tan importantes como Sevilla, Barcelona y la propia Madrid.